Recuerdo tu respiración
cortada unos monentos antes. Observé tus labios secos en confesiòn: Tu madre es
Sophie Lenz, vivió en Ascona. Y te fuiste. (p. 8)
Ascona, un pequeno lugar a
la orilla del Lgo Maggiore en la región
del Ticino, en la Suiza italiana. (17)
Monte Verità … anarquistas … Algunos se desplazaron a
Asconsa y descubrieron en una comuna naturistsa la posibilidad de una vida
distint. … Busaban orta forma de estar en el mundo. (19)
Les llamaban los ballabiots
porque bailaban desnudos. Eran revoltosos y locos, decían. (64)
En esos días todo me llevaba
a suponer que mi verdadero padre era alguien de la comuna. (66)
Era como estar viendo beatniks
y hippies en una época que no les corresponda. (70)
Viajé sola a Ascona … (77)
Sí, me dijo, todos en el
pueblo lo conocen, se llama Gusto, algunos le tienen miedo, otros a pena lo
soportan, y muchos otros, los que sabemos
su historia, lo procuramos. ... Muchos lo tratan como si estuviera
trastornado. Yo no lo creo así, de ninguna manera, es un hombre sensible …
(104)
El último cuadro era la foto
de un joven con sandalias de cuero, calzones largos y una camisola de algodón
cerrada al frente con una correa atada a la cintura. … Yo estaba embelesada de ver a quel hombre tan
hermoso. (168)
El es muy especial. Cada uno
de los hechos que marcaron su vida estuvieron regidos por la radicalidad. …
Gusto siempre fue un misterio para mi. Nunca pude comprender del todo ese mundo
suyo. (142f.)
Entonces comenzó a recitar
una letanía y luego regresó al canto; de repente murmuraba frases en una lengua
que nunca había escuchado. (138)
Imaginaba a Gusto … Estaba
muy excitada, no pude evitarlo. Entonces su torso se pegó a mi espalda por
completo y sentí su miembro penetrarme, mientras mis piernas se abrían en
compás, exigiendo más. (164)
Me asaltó la idea de Gusto y
su leyenda de hombre-lobo. (165)
Gusto es un ser inquietante.
(168 ...)
Gusto no era ningún
jovencito, era un anciano. Y lo peor es que lo amaba con toda mi alma a
sabiendas de que atrás de ese hecho imperaba una total sinrazon. …
Desde allí, aquel ser me
escudrinaba con ojos penetrantes y caninos. Podía sentir su vista llegar a la
más recóndito de mi; yo, en el fondo, deseaba seguir mirándolo aunque fuera de
reojo. (171)
Gusto, Gusto! Apenas ahora,
al haberlo perdido, pude entender la profundidad de mis sentimientos hacia él.
Me sentía desvalida. (210)
Había perdido a Gusto y era
muy doloroso. (213)
Gusto había muerto. Nada qué
hacer. Sufrir. Gusto el rechazado. Su muerte, su cuerpo, hundidos en las
sombras del misterio. … En esos momentos deseé que Gusto me hiciera suya de
nuevo (221)
Yo, María Blanca, voy entre
los condenados, voy en silencio con una mordaza inútil sobra la boca y una soga
en tensión en el cuello. … María Blanca --- formaba parte de mis fantasmas;
ahora venía a unirse a Frieda y a Gusto para poblar el mundo y reclamar
justicia. (222)
Y ahora Gusto, por qué
querría alguien disecarlo? Quien? No quise ver más. (223)
Recordé a Gusto, era tan
doloroso ignorar qué había sido de su cuerpo. (248)
Quise imaginar la muerte con
frialdad: al morir no queda nada de nosotros. … La vida me había llevado a
pensar que el alma de los seres humanos no siempre permanece inscrita en el
legado que se deja detrás. La esencia se habrá ido. …
En donde estaban Gusto y el
doctor Friedeberg? Luego del transcurrir efimero de su paso terrenal, esos
seres se habían convertido en pensamiento puro, como si tratara de una masa de
humo que apenas había comenzado a formarse cuando un soplo de aire los
desvanesció y sólo quedó un saber de su existencia. (253f.)
Hoy mismo recordaba a la
diosa Isis, lea deidad egipcia, viuda de un dios mutilado, descuartizado por su
proprio hermano. Isis reunió el cuerpo fragmentado, a excepción der falo. Es
una historia terrible …
Sí, hasta ese instante pude
entender mi asociación de ideas: la mano mutilada de mi hermano, el cuerpo
disecado y, por consecuencia, tambien mutilado de Sophie, el cuerpo de Gusto ensangrentado.
(257)
Cómo dar vida a eso que no
existe, que sólo está en la mente, que parece una mentira. Una historia no
encarnada, sólo escrita en alguna parte. Tenía que despedirme de Ascona y de su
Monte Verità. (261)
Dormité por instantes, al
fondo del bosque comenzaron a llegar cientos de jóvenes. Venían en grupos de
dos o de tres, permanecieron reunidos en un claro mientras platicaban y reían,
traían ramos de flores que recogían a su paso. No sé de donde vinieron,
aparecieron de cada rincón. Era un festejo alegre. Hicieron un circulo,
cantaban en coro, alguna mujeres comenzaron a bailar alrededor. La tarde
respandecía, los hojas de los arboles se pintaron por los reflejos dorados del
sol. Sentada en el pasto humedo, nomé la copa de vino y sorbí pequenos tragos
mientras disfrutaba aquellos cuerpos; eran los ballabiots, o sus
herederos, no me cabía duda. Algunos se desnudaron, agitando los vestidos con
las manos. En medio del aquel circulo, como una imagen intermitente vi que
llevaban a una joven mujer en brazos. … Pensé en Sophie, cómo deseaba que fuera
ella a quien llevaban en brazos a enterrar en ese bosque: su casa, su
tumba. (262)
Me quedé así sentada, en
soledad. Algun día cada uno de nosotros estará solo sin remedio, como Sophie,
como tú. Frente a la muerte nadie puede ayudarnos. Nadie. (263)
Estaría al fin frente a mi
madre? Sophie era el remitente del sobre de Gusto, pero podía ser otra. (265)
Usted trajo un sobre
consigo, usted debe saber que pertenacía a Gusto … Sophie Lecamier era, en realidad, media
hermana de Gusto, hijos de la misma madre … Cuando Gusto fue a la comuna de
Monte, Sophie lo siguió. … Gusto le enviaba cartas frecuentemente. Ve usted esa
miniatura? Representa a Lanzelot y Genéve, es muy antigua … (271)
Usted no ha visto a Gusto
detràs de esa puerta, pues tendría que asumir que Gusto es un lobo, o por lo
menos un hombre-lobo, seres que nunca han aparecido más que en las leyendas.
Aqui sólo hay lobos, lobos en verdad. Y nadie los caza en estos bosques. (276 ...)
Luego, apareció Otto [Gross]
de nuevo … Un dia lo vi entrar en el cuarto de Sophie y vi cómo la forzaba a
hacer el amor con él. (280)
La vida era así? A und lado
y al otro de mí, al fondo de la estancia, había disecados dos alces gigantes,
de distintas especies, diría un zoólogo. Pensé que el cuerpo de Sophie
había sido tratado como el de una pieza
de caza. Y Gusto, no había sufrido lo mismo? Apelé a Dios, al Dios en el que nunca creí, como tú. (284)
Publicado en abril 5, 2018 por mamborock • 0 Comentario
L. Carlos Sánchez
Es un río interior. La recurrente mirada hacia el corazón y lo que allí habita. Es la ausencia un cuchillo que perfora el alma. Son los latidos que cuestionan: ¿de dónde vengo, quién soy?
La otra piel (La cifra editorial, 2014) obra ganadora del Premio Juan Rulfo a Primera novela en 2010, es la escultura en palabras. Es también la construcción de una propuesta literaria a partir de la investigación de los temas que obsesionan.
Desde este río interior, desde la entraña de la narradora, se vuelcan las preguntas y actuar, viajar, es un impulso, el deseo de tocar la identidad.
La noticia es una frase que modifica el comportamiento del personaje que es la narradora: Mirella. “Tu madre es Sophie Lenz”, vivió en Ascona, le diría su padre en el lecho de muerte, a escaso segundos de expirar.
A partir de esa confesión el viaje es inevitable, la melancolía como un tren constante, hurgar es la consigna, escarbar los nombres para encontrar, encontrarse.
Monte Veritá y una cabaña como caja de pandora. Ascona que es Suiza. El dadaísmo y sus personajes, entrañabilísimos todos.
Indudable es que Marcela Sánchez Mota, la autora de esta novela enferma de melancolía, conoce a perfección la historia, los dolores, los deseos y obsesiones de Mirella. Indudable es que conoce el oficio de narrar. Y lo hace con responsabilidad, asomándose con entereza y entrega a los diversos temas que aquí habitan.
Apenas abrir el libro y un perro nos aprieta el corazón con su mirada. Ya no estará el motor de sus días, la voz ya no vendrá para indicarle los caminos:
“Afuera el perro da fuertes ladridos. Parece llamar a alguien que sabe de antemano no vendrá. Sólo por momentos el golpe de las gotas de lluvia en la ventana mitigan el escándalo. No sé por qué, pero hoy lo dejé entrar a la casa. Vino directo hasta tu cuarto y al no encontrarte se fue deprisa. Olfatea cada una de las habitaciones con la esperanza de toparse con tus palmadas en el lomo. Al final regresa conmigo. Mueve la cola, apenas, con resignación. Sé que en unas horas más estará echado a los pies de tu cama, igual que cuando todavía estabas con nosotros, y lamerá el piso con obsesión como si eso lo consolara un poco. Antes de que comenzara la tarde, la fatiga me obligó a sentarme en el viejo sillón frente a tu cama. Acciones tan simples después de las tormentas y no dejo de pensar en lo que me ha traído hasta aquí. Estoy en este espacio que fue tan tuyo. Recargo la cabeza sobre el respaldo mientras mi vista se posa insistente en la huella que dejó el peso de tu cuerpo sobre el colchón de la cama. Sí, me he encontrado contigo de nuevo, sólo que de otra manera y pido que me escuches aunque parezca un desatino, un absurdo. Siempre pensé que después de la muerte habría terminado todo. Son muchos los que dirán que he perdido la razón.”
Desde el inicio de la obra el talento de la autora nos advierte de facto que no permitirá ni un parpadeo, el lector permanecerá seducido por el ritmo violento, poético, contumaz, certero como un marrón en plena frente.
Agradecer puede ser una reacción cuando la mirada va escalando la propuesta como una montaña en Veritá. Quitarse el sombrero, quizá, por el encuentro de los personajes. Los personajes, aquí hago una pausa para un suspiro.
Y pregunto: ¿cómo haces Marcela para construir tanta ternura en cada uno de ellos, como te sumerges en este vagón de emociones sin que el pantano te consuma?
Hoy es veintidós de abril. Las casualidades no existen. ¿O sí? Hoy es veintidós de abril y mi padre, ayer que fue veintiuno, acabaló diecisiete años de muerto. ¿Cuántos años hace que murió el padre de Mirella? ¿Cuánto años hace que murió tu padre, Marcela?
No me lo digas ahora. Pero insisto, hoy es veintidós de abril, abre La otra piel y lee por favor esa historia escrita un veintidós de abril en Monte Veritá:
“22 de abril, 11 de la mañana. Estás ahí, flotando, con tu cuerpo intacto, sí, como flotando en el aire, atrapado en esa roca de cristal. Hace una hora apenas me topé contigo. Fue fácil bajarte hasta acá. Nunca imaginé que estarías por encima de esta cueva, casi arriba de mi cabeza. En estos lugares de nieve uno pierde la noción de las distancias y del tiempo. Tantos años han pasado. Estás dentro de un enorme trozo de hielo, atrapada, y no me queda más que esperar. Un ataúd temporal, eso es lo que veo, un ataúd preservando tu belleza, Lohr, querida Lohr.
22 de abril, 1 de la tarde. El sonido del goteo adquirió velocidad durante el día, después en la noche casi se detuvo. Esta mañana el descongelamiento tuvo un ritmo vertiginoso. Tengo miedo de tu olor, pero me mantengo despierto para percibirlo. ¿Será a carroña? ¿Será ese tu olor? Un olor posible que me persigue en esta cueva. No quiero saber que estás muerta. Me mantengo en vigilia, el sueño ha desaparecido, el tiempo se alarga. Tú, tan cerca, vuelves a existir.”
Ante este fragmento de la novela, ¿cómo no ser presa feliz y febril ante la literatura propuesta por Marcela? ¿Cómo evitar el deseo de decir todo lo que se piensa, cómo soslayar que esta novela que presentamos ahora tiene los elementos vitales que toda obra de arte requiere para ser obra? Aquí, en estas páginas, habitan también el compromiso, la crítica, el conocimiento de causa, la exploración de las capacidades humanas, la locura que es una constante, una revelación que encandila.
La otra piel es un caleidoscopio de los temas que nos estrujan el pensamiento, la libertad a partir de la pasión, un texto sin complacencias. Una señal obscena al sistema político que oprime y mutila, idéntico mutiló al hermano Ramón, en ese octubre de 1968:
“De nuevo, el llanto me ganaba. Imaginaba la mano ensangrentada de Ramón, veía sus falanges tiradas, abandonadas entre la suciedad y la basura de un callejón como si fueran un desperdicio cualquiera. Mientras, Ramón murmuraba en mi oído: es sólo un desmayo Mirella, ella está bien, verás cómo se recupera pronto, y al tiempo daba unas suaves palmadas en la mejilla de Elena. De nuevo observaba la mano mutilada. Entonces quise saber: ¿cómo fue, Ramón? Lo miré a él, enseguida a la mano: dime, ¿qué pasó? Frunciendo la boca contestó: no querrás saberlo, es mejor así, que no lo sepas. Le respondí que no, que prefería no imaginar atrocidades, tenía miedo de que los pensamientos me rebasaran. Enseguida imaginé los palazos sobre su piel, los derrames en su cuerpo, las patadas en la cara, las huellas de las pesadas botas, el tabique roto, los cachazos. No, era mejor conocer cada detalle, enfrentarme a los fantasmas.”
La comuna fantástica de Ascona
La otra piel, Marcela Sánchez Mota, La Cifra Editorial, México, 2015
Por Eduardo Cerdán
Soplaban los vientos de la preguerra en Europa. Era 1900 y se comenzaba a gestar una comuna anarquista en Ascona, ciudad de la Suiza italiana ubicada entre los Alpes, a orillas del Lago Maggiore. Por su ambiente favorable, aquella ciudad se convirtió en el sitio ideal para establecer una burbuja utópica: Monte Verità. Ida Hoffman y Henri Oedenkoven, aterrados por los extremos del capitalismo y el socialismo, confiaban plenamente en que el Lebensreform (‘la reforma de vida’), sería la solución para todo. Aseguraban que la vuelta hacia el origen, el contacto con la naturaleza y la comunión del espíritu con el cuerpo explotarían el potencial físico e intelectual que la sociedad nos obliga a reprimir. Así se originó Monte Verità, comuna que se volvió un mélange de gente algo chiflada: anarquistas, psiquiatras, escritores, bailarines, naturistas y teósofos que andaban desnudos, se curaban con el sol y se metían quién sabe cuántas sustancias. Figuras importantes como Jung y Herman Hesse visitaron el lugar, por cierto.
Traigo esto a cuento para hablar de una novela que recrea aquel universo fantástico. Me refiero a La otra piel, de Marcela Sánchez Mota, que obtuvo el Premio Juan Rulfo a Primera Novela otorgado por el INBA, fue tallereada en la Escuela de Escritores de Mario Bellatin y también fue leída y comentada nada menos que por Daniel Sada. La Cifra Editorial publicó el libro hace ya dos años y en 2015 sacó a la luz su segunda edición. El motor de la novela es la búsqueda de la memoria personal de Mirella, la protagonista, cuyo padre le confiesa antes de morir: “Tu madre es Sophie Lenz, vivió en Ascona.” A partir de entonces, Mirella, una historiadora del arte interesada en el dadaísmo, se embarca en un viaje a la semilla. Su vida se sacude de pronto no sólo por la muerte del padre: también por el desequilibrio sobre su identidad. Se pregunta entonces quién fue Conchita, la mujer que la crió como madre, y cómo demonios llegó a México si nació en la Suiza italiana.
Mediante un flujo de conciencia que todo el tiempo le habla en segunda persona al padre que ya sabemos muerto, nos embarcamos en una reconstrucción del pasado: del origen de Mirella y de lo que fue Monte Verità, donde vivió su madre biológica, según se entera la protagonista por unos documentos que su padre mantuvo ocultos durante mucho tiempo y que incluso intentó destruir. No quiero arruinar la trama de la novela, que es de veras plausible, así que me abocaré a señalar algunos elementos que me parecen destacables.
En la prosa pulidísima de Sánchez Mota aparecen ecos de obras literarias que son, a todas luces, el germen de algunos pasajes de La otra piel. Llega, por ejemplo, el eco de Sebald, quien en Austerlitz incluye una nota de periódico sobre un sujeto que se mantuvo congelado durante años. En un pasaje muy disfrutable, Sánchez Mota hace una narración en donde también aparece una mujer que ha permanecido congelada. Y la autora, como Sebald, también incluye fotografías que acompañan la narración y que, si bien pueden omitirse sin que ello afecte la lectura de la novela, resultan iluminadoras para recrear el universo extraño de Monte Verità.
Antes de ir a Ascona, en su intento por recuperar su pasado, Mirella viaja al norte de México, de donde es originario su padre, para interrogar a sus tías solteronas, agonistas que recuerdan a las de La casa de Bernarda Alba. El asunto del misterio y el viaje, por otra parte, me parece un déjà vu de las historias de Perec. Asimismo, la descripción de los paisajes de Saltillo nos remiten un poco a la siniestra Luvina de Rulfo, con quien, por cierto, Sánchez Mota tiene mucha afinidad si consideramos que Pedro Páramo utiliza el arquetipo de la búsqueda del padre y La otra piel hace lo mismo, pero con la figura materna.
Algo que también reclama nuestra atención es el uso de elementos fantásticos en La otra piel. La narradora cuenta, verbigracia, una escena de cuando era niña que involucra a una mujer parecida a una bruja de las clásicas, como las que aparecen en los cuentos de hadas. Luego, cuando la protagonista ya se encuentra en Suiza y visita Monte Verità, revive, literalmente, tiempos pasados y ve, como si de una película se tratara, a Sophie, a Otto —quien podría ser su padre biológico–, a un grupo de mujeres que se contonean en un baile sensual que se torna siniestro y monstruoso, a un hombre masturbándose en uno de los baños de la comuna, a un tigre blanco...
Lo que me parece notable de La otra piel son, en especial, dos cosas. La primera es que abreve en tradiciones novelísticas extranjeras, de corrientes ajenas como el surrealismo, y que logre combinarlas con el contexto mexicano. Marcela Sánchez Mota describe con gran acierto tanto los paisajes de los Alpes suizos como los horrores vividos en 1968, en donde al hermano de la protagonista le mutilaron un dedo.
La segunda virtud que encuentro yo en La otra piel es la presencia de nuestro folclor, trabajado de manera muy afortunada. El padre de Mirella, que por supuesto tuvo contacto con los anarquistas de Monte Verità, no se volvió afín a estas ideas sólo porque sí. Sánchez Mota nos explica que la abuela de Mirella murió porque, en lugar de acudir a un médico, fue a buscar a un personaje apodado El Niño Fidencio, un supuesto brujo o chamán o quién sabe qué, que tenía fama de curar enfermos con magia, algo típico del folclor mexicano. El padre, desde entonces, se vuelve fóbico a las supersticiones y se apega al racionalismo.
De lo anterior extraigo otro punto: Marcela Sánchez Mota no deja cabos sueltos. La novela es un universo autótrofo en donde todo se resuelve, todo tiene una justificación y los personajes cuentan con una psicología muy bien desarrollada. La otra piel es, como versa la contraportada, “a un tiempo histórica e intimista”, lo cual no es nada fácil. Unir las piezas de la historia de Monte Verità y al mismo tiempo reconstruir el pasado personal del personaje principal implica un enorme riesgo creativo, del cual Marcela Sánchez Mota sale muy bien librada. La otra piel es el feliz debut de una novelista atípica en el panorama contemporáneo mexicano, una muestra de auténtico rigor literario.