Ascona
es una pequeña población situada a orillas del lago Maggiore, en el
Ticino, en la Suiza de habla italiana. Esta región campesina, con un
clima especialmente agradable y con una población abierta con una
carácter más mediterráneo que alpino, se convirtió a comienzos del
siglo XX en un centro contracultural, muchos años antes de que este
término llegase a ser acuñado.
Ya
en el último tercio del siglo XIX Ascona se vio convertida en una
especie de refugio y en un lugar de paso casi obligado para anarquistas
y revolucionarios exiliados de sus respectivos países, como Mijail
Bakunin. A ellos se unieron pronto algunos personajes singulares que
acudieron allí buscando un clima favorable y beneficiándose de la
general indiferencia de la población respecto a comportamientos
extravagantes que en otros lugares habrían sido motivo de escándalo y
de disputas, pero que allí eran si no bien vistos al menos tolerados.
Así, Ascona vio llegar a finales del siglo XIX a
numerosos vegetarianos, teósofos, naturistas y bohemios procedentes en
su mayor parte de Alemania. Ese fue el caso de Alfredo Pioda y Franz
Hartmann, que en 1889 fundaron una sociedad teosófica que creó una
especie de convento laico junto a Ascona, en la montaña que años
después será conocida como Monte Verità.
En el tránsito del siglo XIX al XX se vivió un creciente malestar
con respecto a la civilización dentro de determinados elementos de la
burguesía que veían como la sociedad en la que vivían no respondía a
sus deseos y exigencias vitales. La filosofía de Nietzsche y su
superhombre y los primeros pasos del psicoanálisis freudiano y sus
estudios sobre sexualidad se unieron a las numerosas sociedades
teosóficas, naturistas y esotéricas que buscaban llegar a unas nuevas
relaciones entre el hombre y la naturaleza y entre los hombres entre
sí, alejándose de las pautas marcadas por la sociedad burguesa. En este contexto, Ascona se convertirá en uno de los centros de experimentación personal más importantes del mundo.
A finales de 1899, en el balneario de Arnold Rikli en Veldes, Austria, se conocieron tres personajes singulares: Henry Oedenkoven, hijo de un rico industrial belga; Ida Hofmann, profesora de piano y feminista; y Karl Gräser, un militar austríaco vegetariano. Los tres compartían una visión similar de la vida, despreciaban la sociedad patriarcal y querían vivir en armonía con la naturaleza. Pronto congeniaron y decidieron fundar una sociedad teosófica, naturista y vegetariana. Al proyecto inicial se unieron varias personas más: Jenny Hofmann, hermana de Ida; Gustav Gräser, al que se conocía como “Gusto”, pintor y hermano de Karl; Lotte Hattemer, hija de un alto funcionario prusiano; y Ferdinand Brune, un teósofo de Graz. El lugar elegido fue Ascona, que tenía un emplazamiento y un clima privilegiados y donde ya había algunos pioneros viviendo de acuerdo al ideal de vida natural al que aspiraban. Compraron un terreno al que bautizaron como Monte Veritày allí se estableció el grupo, que trató de crear una sociedad comunal basada en la espiritualidad, el amor libre, el naturismo y el vegetarianismo y en la que todos trabajarían y disfrutarían por igual de una vida pura y natural. A estos primeros colonos se unirían poco a poco otras personas hasta llegar a cerca de cuarenta miembros.
Pero pronto comenzaron las disputas. Oedenkoven e Ida Hofmann
decidieron crear un sanatorio abierto al público con el cual sostener
económicamente a su comunidad naturista, lo cual chocaba frontalmente
con el radicalismo de los hermanos Gräser. Karl Gräser compró un
terreno y se fue a vivir junto a Jenny Hofmann, viviendo sólo de lo que
producían y negándose a cualquier intercambio monetario. Gusto Gräser,
quizás el personaje más excéntrico de todos ellos, se fue a vivir como
un anacoreta a una cueva. Y Lotte compró un pequeño terreno en el que
vivía sola, en una pequeña cabaña en ruinas, dedicándose a la
meditación y la purificación de su alma.
El
sanatorio de Oedenkoven e Ida se convirtió en un centro próspero que
atraía a numerosas personas en busca de curas, reposo y tranquilidad.
El sanatorio conservaba la filosofía naturista y vegetariana con que se
fundó la comunidad, pero no dejaba de ser una empresa capitalista en la
que sólo algunas normas (como el que los huéspedes tuviesen que
arreglarse elos mismos su cabaña) y su carácter estrictamente
vegetariano la distinguían de otros establecimientos similares.
En esos primeros años del siglo XX, Ascona fue un
centro de experimentación, de creación y de intercambio de ideas y de
experiencias de primer orden. Todo aquel que tenía una visión diferente
del mundo y de la vida debía pasar al menos algunas semanas en Ascona,
que se convirtió en el principal refugio y centro de atracción para los
bohemios y revolucionarios alemanes. Y por allí, efectivamente, pasaron
algunos de los personajes más singulares de la época. Anarquistas como
Piotr Kropotkin, Gustav Landauer o Erich Mühsam acudieron allí a
descansar y a observar con sus propios ojos una sociedad que decía
desenvolverse al margen del capitalismo, aunque su opinión no fue en
absoluto demasiado optimista. Otros anarquistas trataron de llevar a la práctica sus teorías en Ascona. Fue el caso del médico Raphael
Friedeberg y su psiquismo histórico, y de Otto Gross, discípulo de
Freud, que ensayó allí un modelo de comunidad basada en el amor libre y
el matriarcado, llevando hasta su más radical expresión la práctica del
psicoanalisis. Gross ayudó a Lotte Hattemer, aquejada de una profunda
depresión, a suicidarse lo que le ocasionó numerosos problemas legales,
que se acrecentaron cuando años después su compañera y paciente Sophie
Benz también se suicidió, siendo encerrado él mismo en un manicomio por
su propio padre.
Y
por Ascona también pasaron numerosos escritores, artistas y pensadores.
Unos buscando encontrarse a sí mismos como Hermann Hesse, que quedó
fascinado con la figura de Gusto Gräser, en el que se inspiró para
algunos de sus personajes literarios; otros llegaron para reposar y
curarse, como Max Weber, que también acudió allí para ayudar y consolar
a su amiga Frieda Gross, la mujer de Otto Gross, dejada
de lado por éste en su búsqueda de la libertad sexual absoluta; otros
buscando inspiración y nuevas vías para la creación, como el bailarín
húngaro Rudolf von Laban. Es imposible citar a todos los que estuvieron
en Ascona: Hans Arp, Hugo Ball, Rainer Maria Rilke, Isadora Duncan,
James Joyce, Thomas Mann, Paul Klee, Ernst Toller, Hans Richter, Stefan
George, Bertold Bretch y muchos otros. Pero todos los que por allí
pasaron quedaron profundamente marcados por las experiencias que allí
vivieron y por lo que vieron e intuyeron del ser humano en ese mágico y
extraño lugar.
En 1926 el sanatorio de Monte Verità fue comprado por el barón Eduard von der
Heydt, un banquero y mecenas de arte. La decadencia de Ascona como
centro contracultural y espacio libre había comenzado hacía ya mucho
tiempo, pasó su mejor época y poco a poco quedó reducida a lugar de
reposo y de diversión para aristócratas y hombres de negocios. El
sanatorio fue transformado en un moderno y lujoso hotel. Sólo las
reuniones anuales del Círculo de Eranos (una
asociación de estudios de mitología, religión y simbolismo que trataba
de estrechar lazos entre Oriente y Occidente) mantenía una cierta
conexión con la época gloriosa, mágica y esotérica de Monte Verità.
Todo
ocurrió tal y como lo predijo Erich Múhsam cuando visitó Ascona en
1905: «De momento, aún hay silencio y belleza. De momento los pocos que
prefieren estar en el pueblo antes que irse de reposo al Monte Verità
todavía se conforman con las viejas tabernas, de las que desde luego no
hay carencia visto el gran bebedor que es el pueblo tesino. Sin
embargo, sí imagino que aquí se podrían construir hoteles y casas de
salud; que Ascona podría convertirse en un destino turístico, llenarse
de pensionistas alemanes y chicas de internados paseando altivas y
respirando aire puro, un lugar donde las asmáticas tías buscaran un
buen partido para sus sobrinas de pechos planos. Entonces preferiría
que en alguna de las montañas de los alrededores se abriera un
caritativo cráter que ahogara con su lava y ceniza toda la belleza de
este lugar.»
Las razones del fracaso de Ascona son las mismas que las de muchas comunas
hippies de los años 60 y otras experiencias parecidas. Estos pequeños
espacios libres no dejan de ser meros islotes dentro de la sociedad
capitalista, contentándose con aportar una nota de color, viviendo y
dejando vivir, como si eso fuese posible en el marco del capitalismo,
como si se pudiese vivir libremente en su seno, ignorando la realidad.
La libertad sexual, la supresión de la moral tradicional, el misticismo
y la experimentación con drogas se convierten a menudo en una evasión
de la realidad, en una huida de aquello que no se soporta pero que no
se quiere o se puede cambiar, limitándose a mirar hacia otro lado,
reduciéndolo todo a la propia individualidad como si eso hiciese que
toda la miseria desapareciese.
Experiencias
como la de Ascona son interesantes, valientes en muchos sentidos y
valiosas para comprender al ser humano, pero no son un peligro para el
capitalismo, no buscan transformar esta sociedad, no la alteran, sino
que, contrariamente, la estabilizan, pues disimulan las contradicciones
del sistema capitalista y suavizan las tensiones individuales que
genera éste. Se convierten en un producto de consumo más, en una
experiencia integrada e integrable y, sobre todo, útil para la vida en
el seno de esta sociedad, como si de una visita al psicoanalista se
tratase y de la que se sale más reforzado, apto para reintegrarse sin
problemas en la vida normal, como una ruta de paso obligado en cierta
época de la vida, para encontrarse a sí mismo y acomodarse mejor a esta
sociedad, sin cuestionarla más que superficialmente. Y es que, para
cambiar la sociedad hace falta mucho más, cambiar sus bases mismas,
como dijo Mühsam: «Los primeros pobladores
construyeron allí alguna que otra cabaña y parece ser que al principio
se desarrolló una bonita vida comunista, bonita sobre todo para
aquellos que se unieron a ellos sin un duro en los bolsillos. El
diletantismo de una tal empresa es obvio. Las colonias comunistas que
no tienen su base en una tendencia socialista revolucionaria, están
necesariamente condenadas al fracaso» Todas las experiencias de este
estilo están condenadas al fracaso si no se marcan como fin último la
trasformación del mundo y no sólo del individuo.